Colgado en una pared de la oficina del director Daniel Kwan en Highland Park, Los Ángeles, hay un trabajo enmarcado del artista Ikeda Manabu, Historia del ascenso y de la caída, un intrincado dibujo realizado en tinta china que presenta un torbellino de pagodas, ramas nudosas de cerezos y de vías de tren, un ejemplo del estilo glorioso y maximalista de Manabu, que casi duele.
“Hace estas cosas que lastiman el cerebro cuando las observas porque son tan complejas, tan detalladas, tan densas”, explica Kwan. “Pero cuando tomas distancia, te dices, ah, es solo un árbol”.
Kwan y su socio cinematográfico, Daniel Scheinert—el dúo de cine de autor conocido como los Daniels—necesitaba encontrar su árbol. Esto ocurrió alrededor del 2016, cuando estaban bosquejando lo que se convertiría en Everything Everywhere All At Once, un proyecto que comenzaba a parecerse cada vez más al caos en primer plano de una obra de Manabu. En una foto que tomaron de esa época, un diagrama que produce dolor de cabeza colocado en un tablero del tamaño de una pared contiene más de una docena de historias codificadas por color, garabatos de ideas que se propagaron y lo que tal vez es un garabato fálico o no (o un arma de Chéjov).
En ese momento, Kwan tenía miedo de que la película en la que estaba trabajando fuera una exageración. Es una cuestión totalmente predecible: está escrita en el título de la película. Esto es también lo que hace que la película sea excepcional de una manera genuina y —a medida que la cacofonía de elementos se aclara y se transforma en algo asombrosamente simple— hasta bastante trascendente. Viendo hoy la película terminada, conserva el sentido del maximalismo, de la energía loca e incluso ahora, que todo está resuelto, los directores aún se ríen entre dientes al hablar sobre cómo describirla de manera exacta.
“Está la respuesta del drama familiar, la respuesta de la ciencia ficción y la respuesta filosófica”, dice Scheinert. O se podría decir que es una película kungfú que avanza a los saltos por universos multidimensionales, con Michelle Yeoh como la reacia figura central salvadora. Está la respuesta sobre las brechas generacionales y la Internet, y la endemia latente y espantosa de vivir en la edad moderna. Además, está el concepto inicial que los Daniels escribieron: una simple película sobre una mujer que trata de pagar sus impuestos.
No es incorrecto... al fin y al cabo, es donde Everything comienza. Cuando empieza la película, conocemos a Evelyn Wang (Yeoh), la agobiada propietaria de una lavandería automática, que vive arriba de su negocio en un departamento muy pequeño y enfrenta una pila de papeles en medio de una auditoría del Servicio de Impuestos Internos (IRS, por sus siglas en inglés). Está estresada porque su padre (James Hong), que es un señor mayor, vino a quedarse con ella y se esfuerza por escuchar a su hija Joy adulta (Stephanie Hsu) y su bondadoso marido Waymond (Ke Huy Quan). Sin embargo, mientras está reunida con el agente del IRS (Jamie Lee Curtis), un suceso extraño que involucra a su esposo la sume en una aventura multidimensional que hace que el destino del universo esté en sus manos y también la obliga a enfrentar quién es ella para sí misma y para su familia.
En la última parte, está el momento en que los Daniels dieron un paso atrás y, finalmente, vieron el árbol. “Podríamos decir millones de cosas sobre la película, pero lo más simple y honesto es que se trata de una mamá que aprende a prestar atención a su familia en medio del caos”, agrega Kwan.
La película, al igual que el trabajo previo de los Daniels (Un cadáver para sobrevivir, el icónico video musical de Turn Down for What de Lil Jon), se mete de cabeza en una incontrolable anarquía: Evelyn queda sumida en el mundo metafísico de los universos múltiples, yendo del aburrimiento mundano de un edificio del IRS a la guarida palaciega de un villano nihilista llamado Jobu Tupaki, de las luces centellantes de las alfombras rojas de Hong Kong a un cañón desierto en el que piedras sensibles tienen una conversación íntima. Pero este sentido de imaginación desquiciada, de caos interminable, sirve, en última instancia, para transformar lo universal o lo multiuniversal en algo íntimo, una meditación sincera sobre ver realmente a las personas que nos rodean en un momento en que pareciera que el centro no puede sostenerse.
“La semilla más grande que nos impulsó, que se sintió como una metáfora debido a lo que estamos atravesando en la sociedad actual, es justamente la sobrecarga de información, la exageración”, afirma Kwan. “La gente continúa diciendo que el ‘desgaste por empatía' se instaló con el COVID, pero me parece que aun antes del COVID, eso ya estaba, hay demasiadas cosas que atender y todos han perdido el hilo. La última clave era esa, transformar esta película en una película sobre la empatía en medio del caos”.
Con astucia, la película retoca el ritmo de la historia del viaje del héroe que el público espera, aplastando y estirando una estructura de tres actos como si la película fuera a saltar por un multiverso que se fractura. Ese sentido de infinito —todos los mundos posibles, las madrigueras sin fondo, todas las pequeñas piezas que se mueven bajo este— fue una prioridad para los codirectores mientras comprendían los detalles esenciales de la historia de la película. Era fundamental que las personas que miraran la película pudieran sentir el vértigo que siente Evelyn, ese sentido de agobio causado por el ruido y las elecciones divergentes que hizo en todas sus vidas. Las tácticas estructurales bien definidas eran un punto clave para crear esa experiencia.
El tema de la película sirvió a los Daniels para paliar la contradicción un poco molesta que existió en las primeras inspiraciones de Everything, cuando el dúo fue a ver dos películas de la década de 1990 hace algunos años. “Se trataba de Matrix y El club de la pelea en New Beverly. Me volví a enamorar de estas películas”, recuerda Kwan. “Si pudiera hacer algo la mitad de divertido de lo que es Matrix, pero con nuestra impronta y nuestra esencia, moriría feliz, pensé”.
Kwan recuerda haberse inspirado específicamente en las icónicas escenas de lucha de Matrix, lo cual se remonta al amor que tienen los Daniels por las películas de kungfú. La diferencia, observa Kwan, es que “no nos gusta la violencia, pero nos encantan las películas de acción”.
“Son muy divertidas y viscerales. Nosotros queríamos tomar esa energía y esa forma satisfactoria de hacer cine y llevarlas hacia el amor y la comprensión ”, continúa Kwan. “Fue otro desafío que disfrutamos; no sabíamos cómo hacerlo, pero queríamos verlo en la pantalla grande”.